Quiénes somos
Somos dominicas

 

Mujeres consagradas al anuncio del evangelio, que se lleva a cabo en la vida cotidiana con los gestos y las palabras, en la educación o el acompañamiento de las necesidades de los más pobres, en la ciudad o el campo, en la escuela y la Universidad…

Por eso nos comprometemos:

 

-  A vivir la mística como estilo de vida que nos sitúe en la realidad desde la hondura.

La comprensión de la realidad sólo puede hacerse desde la hondura y esto requiere de una familiaridad con la vida interior. Es una forma de sensibilidad más intensa, que llama a ahondar en el propio pozo, encontrar el sentido más profundo y, desde ahí, renacer.

Ese movimiento interior nos pide tiempos largos, silencios largos, tiempos de misericordia… muy largos (1Jn 1,1-4). Esto nos lleva a la experiencia y conocimiento de lo esencial, lo que tengo que saber, decir, tener… Normalmente nos movemos en la abundancia de cosas, saberes… La mística nos evoca un estilo de vida que se centra en la esencialidad, en una experiencia de gratuidad, de desnudez de nosotras mismas, de nuestra relación con las cosas, con la realidad, con el cosmos… un encuentro sin poseer nada ni nadie. Es sentirse parte de una vida más ancha que no nos pertenece totalmente.

 

 

- A vivir el estudio como un modo de ser y estar en la vida y en la historia.

 

En búsqueda constante de la verdad que encierra la vida, los acontecimientos, la Palabra y las palabras de los hombres y mujeres de todo tiempo.

El estudio nace de la convicción de que si no abrimos la mentalidad no podemos abrir las entrañas. Es tomar conciencia de las carencias y limitaciones humanas y tomar conciencia de la Historia. Es un acto de humildad.

  

 

- A cuidar la vida desde la comunión con todo y con todos y todas, porque ese es el proyecto de Jesús: un mundo más humano, donde todos seamos verdaderamente hermanos.

Como las mujeres que a lo largo de la historia nos han precedido, deseábamos formar casa a través de los pequeños detalles y gestos de la vida cotidiana, ensanchando nuestro corazón, acogiendo muchas vidas, muchos rostros, muchas pequeñas historias, con las que ir tejiendo la comunión.

Nuestras casas-convento, son espacios de encuentro, de interioridad, de acogida, de búsqueda, siempre en contacto con la Historia que viven los hombres y mujeres de nuestro tiempo, con sus problema y esperanzas, son espacios donde se gesta nuestra predicación, desde la escucha y la hondura.

 

 

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