Era fraile de la Orden de Predicadores y lo era por verdadera vocación y de cuerpo entero.
Su oratoria era sencilla, como el Evangelio, en un lenguaje limpio y escogido. Pertenecía a esa clase selecta de sabios que con la misma facilidad enseñan con la palabra que con la pluma, lo mismo desde la cátedra o desde el púlpito, que por medio de folletos o Pastorales.
De su personalidad como predicador, dijeron:
"No hay duda que el Padre Cueto estaba adornado de la primera y más esencial de las dotes oratorias: la honradez y la virtud."