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Campamento misionero en Venezuela, en una comunidad indígena


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En una comunidad indígena de etnia Warao, en Venezuela

Después de un año de preparación, por fin nos llegó este día tan especial. El campamento misionero en una comunidad indígenas de la etnia Warao.

Dice una canción “la vida te da sorpresas”, y compruebo que esto realmente es así, y que es Dios mismo quien te sorprende. Lo pude vivir en el campamento misionero que tuvimos al Oriente de nuestro país, en el Delta Amacuro, en una comunidad indígena de Waraos.

El día 13 de agosto partimos desde Caracas con nuestras maletas repletas de entusiasmo y con el corazón deseoso de adentrarse en una nueva experiencia, en la que se nos invitaba a ser testigos de Jesús y predicadores al estilo de Domingo de Guzmán.

Llegamos el día 14 a San Félix donde el padre Santana y el hermano Vicente; dos claretianos, nos esperaban para conducirnos hasta la comunidad de Waraos en uno de los caños del Río Orinoco, donde viviríamos durante diez días. Con ellos recorrimos tres horas de camino hasta llegar al puerto de Piacoa, allí ya estaban algunos Waraos esperándonos con una curiara en la que fuimos durante una hora hasta llegar a los Remolinos, que era la comunidad en la que nos quedaríamos.

Desde el comienzo la experiencia estuvo cargada de sorpresas y de una acogida sabrosa. Un grupo de personas: mujeres, hombres y niños nos esperaba en la capillita de la comunidad, donde estaba también la casita donde nos quedaríamos. Esta imagen está bien grabada en mi mente y en mi corazón; los rostros alegres y acogedores de los Waraos nos llevaron a sentirnos en confianza desde el primer momento.

Después de dejar nuestras maletas y guindar los chinchorros donde dormiríamos, tuvimos una misa con la gente de la comunidad donde nos dieron la bienvenida y nos animaron a vivir estos días como verdaderos predicadores. Al terminar, nos dedicamos a organizarnos para los días siguientes y lo primero fue acomodar nuestro horario y actividades, contando con que en la comunidad no se cuenta con el servicio de energía eléctrica, agua potable…. Ciertamente esto era una experiencia totalmente nueva pero sin duda atrayente, y lo más importante era que juntos la íbamos a vivir, animándonos desde la relación con Jesús y entre nosotros.

Siempre he dicho que uno de mis pilares ha sido la “comunidad”, y en esta oportunidad, fue fundamental crear un buen espacio de comunidad para vivir con sentido estos días. Fue un gran aprendizaje, nos encontrábamos un grupo de jóvenes de distintas edades, con distintas maneras de pensar y ser pero con el deseo de caminar con Jesús dentro de esa comunidad. Nos organizamos nuestros espacios para la oración diaria (cada uno la preparaba un día), igualmente lo hicimos con las labores de la casa: comida, limpieza y recoger agua. Y por supuesto espacios para la formación con algunos temas sobre predicación y comunidad.

Desde las cinco y media de la mañana comenzábamos nuestro día, con un espacio bueno de oración y luego de desayunar y lavar los platos (en el río), salíamos para ayudar a los vecinos en la construcción de sus casas. Cada familia va construyendo su casa con caña, paja y barro, así que llegábamos para que nos enseñaran y poder ayudar. Ésta, fue una experiencia muy bonita ya que nos uníamos al trabajo de los Waraos en medio de sus luchas y carencias y aprendíamos algo nuevo. A las diez estábamos de regreso en la casa para realizar actividades con los niños: formación en valores y manualidades. ¡Qué alegría ver cómo estos niños disfrutaban con cada una de las actividades! Pronto se hacían las once y media de la mañana donde cada niño, religiosamente iba al río (que lo teníamos en frente) para darse su chapuzón del día. Nosotros después de almorzar nos uníamos a este baño sabroso, donde continuábamos compartiendo con los niños y adolescentes que estaban allí.

A las dos de la tarde nos volvíamos a reunir en comunidad para terminar de preparar las actividades de la tarde, ya que a las tres comenzaban a llegar las personas adultas en las curiaras y a pie por esos caminos anegados, a causa de la crecida del río. Con ellos nos reuníamos como Comunidades Eclesiales de Base. Allí se unían mujeres y hombres y teníamos un rato agradable para compartir nuestra fe desde los temas de la vida, iluminados desde la Palabra. Con ellos también realizábamos manualidades, siempre relacionadas al tema que se hubiera compartido. Éste, fue otro regalo para nosotros: Nos disponíamos para predicar, y lo hicimos, pero ellos nos predicaban más con sus vidas sencillas y entregada, con sus gestos, con su experiencia de Dios Padre; o como ellos lo dirían en lenguaje Warao: DIMA.

Al terminar, de nuevo nos encontrábamos en la comunidad para compartir la experiencia del día y profundizar a través de unos temas sobre la predicación dominicana, que nos daban pistas para vivir el encuentro y las actividades de cada día.

Terminábamos el día con una cena romántica ya que era a media luz con una pequeña vela y allí mismo nos despedíamos del Señor, agradecidos por el regalo y su presencia a lo largo del día.

Sigo diciendo que ésta, fue una experiencia que marcó y fortaleció mi vida en muchos aspectos. Deseo seguir profundizando en ella para vivir cada día con mayor apertura para la entrega, cercanía y el encuentro e ir tejiendo junto a otros una verdadera comunidad-familia.

YOHANA RODRÍGUEZ
Juniora dmsf