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Desde Colombia, TRABAJANDO POR LA PAZ.


Declararle "la paz a la guerra" ha significado recordar el dolor que me trajo perder a mi hermana cuando solo teníamos 13 años, era el ser que más amaba, era quien me hacía sentir el amor y la esperanza en medio de muchas situaciones familiares y comunitarias que no eran gratas, que no me daban alegría, pero ella, Marcela, una adolescente acostumbrada a reír y hacer reír, a disfrutarse cada peldaño de la vida, a sentir que entre trovas y poesías si iba yendo esa etapa tan maravillosa que es la adolescencia, que entre adivinanzas nocturnas que impedían dormir a los adultos se configuraba una entrañable amistad que trascendía de los lazos sanguíneos a los más profundos, nos empezábamos a llamar AMIGAS.
Una palabra que comúnmente se escucha en tantos labios, que se pronuncia como una más que existe en nuestro lenguaje y sin embargo para nosotras eran los juegos, los cuentos, las historias de amor y de terror que nos impedían dormir pero en las que finalmente el miedo lo único que lograba era que durmiéramos abrazadas la una a la otra sintiendo que ser amigas era provocarnos el miedo para estar más juntas.
Mientras todo esto pasaba dentro de una casita de San Pablo, fuera de la casa se vivía otra realidad, había miedo por las balas que sonaban, por los hombres que pisaban con fuerza en las calles estrechas del sector, por las cocas que sonaban en el piso después de disparar, por los gritos de algún herido por bala u otra situación, pero sobre todo Marcela y yo siempre dijimos que nos dolía los gritos de las mamás por sus hijos muertos, nosotras siempre soñábamos que íbamos a ser las mejores medicas para curar el corazón de tantos hombres malos.
Siempre había sueños que alimentaban nuestros encuentros cada fin de semana, siempre había razones para juntarnos, para llamarnos y sobre todo para saber que aunque no viviéramos en la misma casa, la ilusión del encuentro nos alimentaba la semana, que el teléfono estaba diariamente para conversarnos y contarnos esas historias de la escuela donde siempre sentimos que estaba nuestro mundo más mágico, en los libros, en los cuadernos y en los juegos que en la escuela vivían.
Toda esta historia se tejía entre Santo Domingo Savio y el Barrio San Pablo, cada una transitaba esas líneas invisibles que siempre serán eso, algo que no veíamos pero que en los territorios se nombraban, para nosotras nunca hubo obstáculo que impidiera el tejido del amor entre dos adolescentes que habían descubierto que tenían tantas cosas en común que regalarse y que desde que se encontraron a la edad de 8 años nunca se separaron.
Las líneas invisibles de los territorios no nos impidieron los encuentros, los enfrentamientos entre barrios no frenaron las risas y los juegos, el miedo no nos paralizaba cuando de travesuras se trataba, no importaba si nos teníamos que escapar o no, lo importante era saber que nosotras éramos felices siempre estando la una para la otra.
Sin embargo, hubo una bala que alcanzo a Marcela y un 27 de julio del 2000, cuando me encontraba estudiando tuve la ruptura más desgarradora y dolorosa de mi vida y esa impresión estuvo acompañada de la siguiente pregunta "¿Usted no sabía que acaban de matar a su hermanita en San Pablo? Una bala perdida la encontró, iba a comprar una cartulina y a ella no le dio tiempo de esconderse".
No puedo describir lo que sentí, lo que hasta ahora se me murió desde ese día, lo que fue volver a quedarme sola, lo que era saber que se me había ido mi hermana y mi amiga del alma. Ese día entendí lo que era la guerra, desde ese día las balas nunca más me fueron indiferentes, supe que arrebataban las vidas y que sobre todo mataban gente tan inocente y buena como Marcela, ese día me cambió la vida.
Mi hermano me invitaba constantemente a vengar la muerte de Marcela porque no era capaz con ese dolor por dentro, por eso entró al grupo armado, con toda su vehemencia iba por la gente mala que había hecho ese acto tan atroz, sin embargo el impulso le duro hasta el 25 de julio del 2002. Ahí volvimos a saber que ese odio solo generaba más enemigos y más odio, ahí perdió la vida mi hermano, intentando una lucha sin sentido.
Siempre me sentí impotente de no hacer nada por la vida de estos seres a quienes tanto amaba pero sobre todo de no hacer nada por Marcela, por haber dejado ese amor, sin justicia, simplemente sabiendo que el miedo por primera vez me paralizaba y esa sensación me ha acompañado hasta el 2016 donde después de 16 años puedo decir que el horror de la guerra no solo me ha quitado a mis hermanos sino también a mis AMIGOS, esos que considero mi familia.
Hemos tenido que vivir durante nuestra vida la pérdida constante de un ser al que amamos y esto puede parecer absurdo pero hasta ahora siento que nuestra sed de justicia está siendo saciada. No sé si Marcela hoy sería la gran médico o ambas seriamos Planeadoras del Desarrollo Social, lo que si tengo claro es que este proceso de paz en el que hoy se encuentra mi país me hace reconocer y sentir que es la venganza que necesitaba, yo creo en la estructura de los acuerdos, creo que la guerra ya no nos devolvió los seres que tanto nos han dolido y sin embargo si nos ha devuelto la esperanza de un mundo más humano y más hermano.
Siento que este proceso de paz me ha quitado la parálisis de tantos años, me ha sacado del miedo y vuelvo y siento que hay un mundo por construir en el que los territorios podamos reconocer lo que nos ha configurado para garantizarle a las nuevas generaciones que estamos juntos para construir este proyecto de Paz que nos toca a todos, que nos necesitamos unidos más que nunca, no es una frase de cliché, es real yo hoy siento que se hace justica con Marcela que yo debo entregar mi vida si es necesario por ver de frente un día a quienes nos hicieron vivir el horror de la guerra y saber que ellos estaban más muertos que Marce, que a ellos su realidad los había puesto en el anonimato, que Marce debe estar feliz que yo hoy sienta que la paz no es una teoría.
Tuve ambos caminos la venganza o esperar y no sabía cómo iba a ser pero este es el momento de mi venganza, de comenzar a construir a mi alrededor otro mundo posible de vivir, de empezar a juntar a tantas mujeres de otros lugares que traen sus propias historias y que las queremos contar para que no se repita tanto dolor, la "No repetición" no es compromiso solo de las Farc es también nuestro compromiso y nuestro reto porque solo si empezamos a compartir este horror de la guerra las generaciones más jóvenes tendrán la posibilidad de decir cuál es la sociedad que quieren.
Creo en la esperanza que está en el horizonte y es este mi tiempo de venganza para sacar tanto dolor instalado por las balas y empezar a cambiar la historia con las letras y los libros como un día la vida se me regalo a mí, ahora más que nunca tengo vivo el recuerdo de mi Marce porque quiero que otros hombres y mujeres vivan de estas historias y las puedan contar a otros para que así vayamos siendo ECO de otra sociedad donde la fraternidad y el amor sea el punto de referencia y la guerra se vaya convirtiendo tan solo en una leyenda.

Kate Zapata